Este sábado se informó del fallecimiento de Jiro Taniguchi, considerado uno de los dibujantes de manga más importantes de todos los tiempos y que a lo largo de su extensa trayectoria recibió los principales reconocimientos del mundo del cómic, tanto en su natal Japón, como en Europa y Estados Unidos.
Desde su primer trabajo, Kareta Heya (La habitación ronca), el aporte de Taniguchi al medio lo instaló como un experto retratista de los elementos más íntimos y característicos de su país, a partir de obras como Barrio Lejano, El almanaque de mi padre, La época de Botchan o El caminante. Leer una de sus obras, dicen, es acercarse a un Japón muy distinto del retratado por la cultura pop.
Abordando temas muy cotidianos, alejados de los temas más habituales y adolescentes de los mangas más populares, Taniguchi llevó a cabo un revisión importante de cómo las tradiciones se enfrentan al ineludible avance del progreso, abordando temas tan cotidianos como las relaciones familiares, los recuerdos del pasado, las relaciones con los otros y también con la naturaleza o la belleza de aquellos momentos, inclusive los monótonos, que no volverán a repetirse.
Personalmente tengo una deuda importante con sus obras, pero creo necesario rescatar que su trabajo irremediablemente está ligado a la mejor producción nipona y quedará como un legado imperecedera al que siempre nos podremos acercar.






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