En un momento de La La Land, Sebastian, el personaje interpretado por Ryan Gosling, clama que no dejará que el jazz muera. Comprende que esa música está en extinción y su misión en este mundo es recuperar un local histórico que ha sido vandalizado por el consumo masivo que no respeta su legado, que olvida los ribetes de genialidad que alcanza una expresión artística que define como algo que surge desde las entrañas y el corazón. Lo mismo se podría decir de Damien Chazelle, el director de esta película.

Los musicales son un arte perdido, reinventado en los últimos 40 años cortesía de los cambios impulsados por el rock y el pop, dando pie a productos que distan de lo que fue un género que representó al Hollywood de la edad de oro. Un estilo de hacer películas frente al que muchos arrugan la nariz, porque hay una audiencia que se siente lejana a aquello que tildan de anticuado. Pero Chazelle recupera el estilo de antaño, obviamente en términos de puesta en escena, para traerlo a este siglo con un impulso que devuelve vida a algo que nunca sentí que era necesario revivir.

Sí, aquí todo está planeado a la perfección, hasta el último paso deja la impresión de estar cronometrado, pero su propuesta y la forma en que sus pasos toman movimiento provocan que el resultado se sienta como una improvisión. Y ese tema está en el corazón de esta película, ya que aunque en La La Land hay mucho de coreografía, no se siente un cálculo o un exceso de maqueta en su construcción. Aquello es muy importante en este tipo de producciones, pues le remueve la artificialidad que es asociada a este género que nunca me ha enganchado, salvo por esa obra maestra llamada Singin’ in the Rain.

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Más relevante, también en La La Land siguen la idea de que cada interpretación artística, nunca es igual a la vez anterior. Por mucho que la canción la toquen un millón de veces o la obra la presenten una y otra vez. El contexto, el momento, las vivencias influyen directamente en la música y ese tema aquí no está ausente. Es parte de la fuerza que impulsa a sus personajes.

Y a pesar de que su recuperación no se olvida de aportar un aire contemporáneo, aquello no implica que La La Land esconda su estilo retro. Todo lo contrario. Avanzando con dedicación escena a escena, aquí abordan una historia que parece haberse contado un montón de veces en el pasado. El cómo una aspirante a actriz y un músico snob sin éxito inevitablemente están destinados a encontrarse, conocerse, fusionarse como una pareja y poner sus mundos en choque debido a las aspiraciones laborales de cada uno. Pero aún con eso, lo que más fuerza tiene en esta película es el hecho de cómo ambos se relacionan con sus respectivas interpretaciones artísticas, sus propios deseos y formas de expresión.

En ese aspecto, la historia está dividida por estaciones, representando cada estado de su relación, lo que traerá el recuerdo de varias comedias románticas. Pero lo hacen con el plus de que cada secuencia responde a la anterior llevando el relato hacia lo inevitable, hacia dejar en claro que en una ciudad de sueños, ya sea Hollywood o cualquier urbe humana, muchas veces prima el deseo particular.

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El comienzo de La La Land también se instala como una declaración de principios. En medio de un taco en medio de las calles de Los Angeles, una ciudad que nos presentan como un lugar de audiciones y bocinazos, surge una chispa, una explosión musical que sirve de introducción para todo lo que vendrá a continuación. Vemos esta autopista recargada de vehículos, que tiene a miles de personajes compartiendo el objetivo de lograr la fama y fortuna. Ese es el escenario en el que nos movemos.

De hecho, es en esos primeros minutos en donde la música, los trajes coloridos y las atractivas coreografías se fusionan para transmitir su canto de lucha, dejando en claro que este es un musical en toda su regla. Uno en donde el tiempo se detiene y sus personajes transmiten sus sentimientos a través de la música.

Pero aunque precisamente hacen uso de una dinámica del antaño, la puesta en escena provoca que La La Land no se transforma en un mero ejercicio de nostalgia. Aquí existe un claro reclamo en pro del rescate de un arte que muere, tomando como eje a sus dos protagonistas. Son ellos los que importan, no una mera demostración visual de lo que se puede hacer en pantalla con un número musical. No hay un afán tipo show de variedades, ni un mero impulso de rescatar un gimmick.

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Aún así, ya sea por tiempo o propia forma que implica una película musical, La La Land no va del todo al fondo. Aunque sus números están compuestos de forma brillante, y la expresión humana de baile y voz acongoja, está igual la duda sobre la funcionalidad que tienen respecto a algunos elementos de su relato. La forma aquí es súper linda y todo lo que quieran, pero hay elementos de la propia historia que no siempre están del todo desarrollados.

Ya sea por el reto musical que emprende Sebastian en un momento de la película, que lo lleva a traicionar su sueño de crear su local que rescata al jazz, demostrando de paso que sí le importa lo que piensan otros pese a estar gran parte de la película dedicado a demostrar lo contrario en su afán de no cumplir con la exigencia de un jefe que le pide tocar temas de Navidad.

También puede ser por el afán de Mia, el personaje de Emma Stone, de estar siempre al borde de tirar la toalla pese a tener el impulso y decisión de cumplir su sueño que no tiene Sebastian. No solo eso, reconoce que su voz, y no la de los malos personajes para los que audiciona junto a decenas de mujeres que en apariencia no difieren mucho de ella, es lo que importa.

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En esa suma de factores e inquietudes, La La Land no logra del todo justificar algunas de las decisiones que toman sus protagonistas. Pero aún con eso, no hay una merma. Lo más importante es que en esta película no se da pie a que su realización se sienta como algo poco sincero.

A diferencia de Whiplash, la anterior película de Chazelle, La La Land no es una retrospección de ribetes cínicos sobre la perfección artística, sino que apunta directo a lo que genera una expresión artística. De ahí que el momento clave radica en la primera cita entre Sebastian y Mia, ya que el músico aborda la naturaleza de un arte de improvisación. Apuntan a que el jazz surgió como una especie de campo de batalla en donde cada uno de los interpretes de una banda pelea con su música individual, solo para forjar una camaradería en el escenario que une toda la expresión musical. Eso pasa también en la relación al centro de la historia.

Minutos antes, ambos personajes, interpretados de gran forma por Gosling y Stone, se encuentran en una fiesta, pero dejando en claro que cada uno por su cuenta se siente incompleto y eso se transmite en el cómo se relacionan con los números musicales previos. Solo una vez que entablan una conversación en la explanada que se transformó en el foco de su marketing, y es clara la conexión entre ambos, que pueden finalmente sumarse a la dinámica que instalaron las secuencias musicales previas. Al fin están completos para expresarse. Sus diferencias recalcan la fuerza de su unión y, al mismo tiempo, permiten que este relato funcione mejor de lo que debería.

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En esa línea, La La Land transmite puro cine y ahí radica gran parte de su encanto. Audio e imágenes fusionadas para capturar estados de ánimo, sentimientos, lugares y hasta el paso del tiempo. Elementos que logran momentos que entregan un cierre de historia que hace sentido no solo por la coherencia temática, sino porque eleva la importancia de las decisiones que se toman cuando la sinceridad está presente.

La La Land terminó subvirtiendo mi acercamiento inicial, que apuntaba a querer verla solo por curiosidad respecto a lo que haría ahora su director. Quizás cada una de sus secuencias se sienten sin tanta conexión con el resto, debido a que el foco es hacerlas parecer como lo más importante que estás viendo en ese momento, pero en el todo, son integrales para hacer funcionar la idea de que una expresión artística en el cine nunca está del todo muerta.

En esa línea, también hacen funcionar su emotivo final. Uno que vuelca todo su relato para desestabilizar a la audiencia con una dolorosa sinceridad, relacionada a esa experiencia de alegría y maravilla visual que implica La La Land. Es, de hecho, un cierre que deja en claro que sus personajes y locaciones están al servicio de sus impulsos emocionales, los mismos que explotan con cada secuencia musical.

Todo eso para dejar en claro que el futuro no está escrito, las experiencias nos definen para lo que somos en el ahora y los sueños solo son sueños si no haces nada al respecto. Estos mueren si tú lo dejas.

6 pensamientos

  1. No he visto lampelícuka aún, por lo que no puedo decir si estoy de acuerdo o no con el review, pero te puedo decir que es sino el mejor, al menos delntop 3 de los mejores textos que he leído en esta página. Felicitaciones.

  2. Habrá que esperar hasta su estreno oficial el 19 de enero de 2017 para recién ahí poder opinar con respecto al review…pero seguro que para esa fecha será sólo un recuerdo.

  3. Hace mas de un año esperandola (la anunciaron como en octubre del año pasado), y la critica ha sido tan positiva que tengo muchisimas expectativas, lo que es raro para mi considerando que nunca me han llamado la atencion los musicales.

    Pulento review, ojala le den un espacio en el flimcast cuando se estrene.

  4. Tengo mucha curiosidad por esta película, su director parece una joyita con gran potencial. Lástima que hay que esperar hasta el próximo mes.

  5. Yo acabo de verla y quede encantado porque, a pesar de ser muy rosa en algunos puntos, la calidad de la imagen y la música es algo que no se ve muy seguido. Creo que es l última película que veré en el año y quedó gratamente sorprendido.

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