El hombre contra la naturaleza no es un tópico nuevo en el cine. Menos cuando el actuar del ser humano genera una catástrofe. En ese sentido, Everest no representa una gran novedad a la hora de retratar la tragedia que en 1996 costó la vida de 8 personas en la montaña más alta del mundo.
De hecho, más que su principal apuesta dramática ante el desastre inminente, su foco más interesante va de la mano con otra idea: ante la magnitud de La frente del cielo, no basta con tener un mero respeto. Realmente hay que ser un experto para sortear la ruta del Everest, que avanza entre el peligro y lo majestuoso de su escenario. Y eso último es algo que está plenamente rescatado por cómo filmaron esta película dirigida por el islandés Baltasar Kormákur (2 Guns).
Una idea que reiteradamente nos plantean es que el Everest es un lugar majestuoso para el que la vida humana no está preparada. Por eso el objetivo final de los escaladores, el llegar arriba pese a las inclemencias del terreno, es la principal guía durante gran parte del metraje. Pero esta es además una película marcada por otra situación: al momento de la desgracia, había intereses comerciales de por medio.
Desde el comienzo, nos remarcan que un emprendimiento pionero durante la década de 1990 dio pie a la comercialización del Everest, generando expediciones que convocan a gente de todo el mundo para repetir la hazaña de Edmund Hillary y Tenzing Norgay. Una dinámica que abraza a personas con el dinero necesario para suplir su falta de experiencia montañosa, entregándoles «nanas» para escalar a la cima.
La historia toma como base a Rob Hall (Jason Clarke), uno de los impulsores de este negocio bajo el amparo de su compañía Adventure Consultans. Teniendo a cargo a un grupo de entusiastas, que tienen el objetivo de subir pese a no tener experiencia sobre los 8 mil metros, Hall está marcado por la necesidad de garantizar seguridad a como de lugar, sin olvidar que al mismo su hija nacerá pronto.
Al mismo tiempo, y para dar a conocer su negocio, también logra que el autor del libro Into the Wild, el periodista Jon Krakauer (Michael Kelly), esté presente con casi todos los gastos pagados para retratar la experiencia de esta compañía de aventuras en un artículo de la revista Outside. En ese contexto, dinero, aventura y montañismo se funden en una travesía a uno de los lugares más peligrosos de La Tierra, bajo la idea de hacerlo en las condiciones más controladas y menos arriesgadas posibles.
El problema es que otros tres equipos tenían el mismo objetivo: llegar a la cima el 10 de mayo de 1996, incluyendo a una expedición liderada por Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), fundador de la empresa Mountain Madness y que es un hombre que tiene otra filosofía: apoyar solo a quienes tienen experiencia para estar arriba. Pero a diferencia de lo que hace creer la promoción de esta película, su participación en el relato es bastante limitado y nunca contrastan realmente ambos puntos de vista.
En Everest se enfocan en kos problemas que enfrentan las expediciones en su ascenso, debido al embotellamiento en la escalada generado por los múltiples grupos que están en ruta. Pero tal como plantea uno de los escaladores, más allá del dinero de por medio y los intereses comerciales, los deseos deportivos o los sueños por cumplir, es la gran montaña la que tiene la última palabra.
Tal como está bien documentado en artículos, libros y documentales, los problemas generados por los retrasos en la cima, ya que nadie debería llegar a la cima después de las 14 horas, comienzan a complicar la situación ante la inevitable llegada de una tormenta. A partir de ahí, Kormákur comienza a manejar la tensión del relato, en una película que se toma su tiempo para presentar a los principales personajes, preparando el camino para que nos importe en algo lo que está por venir.
Everest centra el foco en los protagonistas de la tragedia de 1996, incluyendo a algunos de los clientes: Beck Weathers (Josh Brolin), un confiado y adinerado hombre de Texas, Yasuko Namba (Naoko Mori), una mujer japonesa que ha logrado escalar seis de las siete grandes cumbres del mundo; y Doug Hansen (John Hawkes), un humilde tipo de Seatle que recibió ayuda para financiar su viaje y que en el pasado quedó muy cerca de alcanzar la cima de la montaña.
Cada uno de los miembros del elenco es lo suficientemente reconocible en el primer tercio como para mantener el interés, pero ciertamente nunca son individualizados lo suficiente como para entender sus motivaciones. En un punto, Krakauer le pregunta al resto del equipo: ¿Por qué subir al Everest?
Aunque hay algunas respuestas a la interrogante, en el contexto final de la película quedan un poco en el aire. Solo tenemos claro que están en la montaña por los cheques firmados y nunca han afrontado «la zona muerta», el punto sobre los 8 mil metros que colapsa al cuerpo humano ante la falta de oxígeno.
En Everest están más preocupados de llevar al grupo en la ruta hacia la inevitable muerte, que de explorar la obsesión que los lleva en primera instancia a una tarea como esta. Y como en esto hay dinero de por medio, plantean que en la montaña, una vez que todos están con equipamiento y son difíciles de reconocer, la protagonista es la cumbre y la inclemencia de su naturaleza.
Aún con eso, la estrategia dramática de Everest no es novedosa ni profundiza o cuestiona el turismo en los Himalayas lo suficiente. También es una película que tarda más de la cuenta en entrar en el terreno que promete, agregando dato tras dato en una ronda demasiado descriptiva. Pero al menos logra atrapar una vez que la nieve, el viento y la condena se toman la escena.
Probablemente por eso deja en la superficie la motivación para conquistar la montaña o dar cuenta de quien cometió qué error durante el descenso. Everest menos quiere ser una película de desastres pirotécnica que banaliza las muertes, pero tampoco consigue una sustancia mayor para trazar la línea que separó a la muerte de la sobrevivencia en 1996.
Y esa es la contradicción clave: Everest es una película espectáculo que no quiere ser tan espectáculo. Y esa paradoja termina marcando el resultado final de algo hecho para ser visto en la pantalla más grande posible. Mientras más grande, mejor.
La película se estrenará el próximo 1 de octubre en Chile, pero actualmente puede ser vista en funciones de pre-estreno en la sala IMAX de Santiago.
Queria que termine ya, esta bien hecha, pero siempre me pasa, que si se como termina la historia, me embolo mal
Yo la ví la semana pasada, cuando se estrenó en Costa Rica.
La primera mitad de la película fue medio aburrida para mí, pero me gustó mucho la segunda mitad, cuando todo se va al carajo y todo se vuelve angustiante, en especial si uno no esta familiarizado con los eventos de la vida real que inspiraron la cinta.
Parece interesante, me dieron ganas de verla. Voy a tomar el consejo de «mientras más grande, mejor», y me voy a ir a Billy Lomito.
Se nota que nadie esperaba esta película, 3 comentarios nomas, espero que no desmotiven al Doc de seguir haciendo reviews!
emmmm siento que no calza mucho esta película en este antro
La vi hace 3 días y me pareció entretenida, aunque como drama no sirve mucho porque los decesos y lo que le pasó a Beck fueron por culpa de ellos mismos.