Toda la expectativa de Avatar, los dimes y diretes a favor y en contra alimentados por el hype o castrados por los prejuicios, ya no importan. James Cameron lo vuelve a hacer.  Estamos presentes ante una maravilla visual que representa un salto, un verdadero vuelo de la imaginación. No porque el fotorealismo prometido sea el anunciado quiebre de paradigma en el hacer cinematográfico. Avatar es una fábula de fantasía y ciencia ficción que saca el mejor lado de la  pirotecnia en 3-D, eleva la técnica a un nivel nunca visto, para finalmente salir del odiado esquema de la mayoría de estas producciones que buscan sólo “sacar cositas locas”. Avatar eleva la vara y nos instala en un terreno en donde los elementos visuales digitales crean un nuevo mundo que cobra vida frente a nuestros ojos.

Avatar no es la típica producción plagada con efectos que a cada minuto del metraje dejan en evidencia su naturaleza de simulación, pues logra llevar al espectador en el propuesto viaje – hipnótico, llamémosle – que debería provocar una propuesta de ciencia ficción que tiene como objetivo presentarnos un nuevo planeta y que, como audiencia, compremos la idea. Esta presentación lleva la técnica a un nivel de obra maestra y, aunque uno siempre sabe diferenciar recreación digital de realidad, la gran gracia del mundo de Pandora radica en presentarse como una película como las de antaño. Aquellas en donde los efectos estaban al servicio de la historia y no al revés. Desde sus minutos iniciales, y desde el punto de vista técnico, queda claro el porqué tanto bombo revolucionario. James Cameron no logra crear foto-realismo en su máxima expresión, pero sí nos presenta una nueva forma de sentir, ver y vivir en este mundo digital. Le entrega alma y, por eso, merece tributo.

Seamos claros con este proyecto que busca “cambiar esquemas de juego”. La única forma de vivir la verdadera experiencia de Pandora, es en 3-D. Existen secuencias completas en las que uno está inmerso en la pantalla, como por ejemplo la secuencia inicial en la que los viajeros espaciales despiertan del letargo del hyper-sueño. De ahí en adelante esto cobra vida y por 2 horas con treinta minutos, no existe decepción. Los subtítulos, algo que muchos temen, no molestan. Por favor, no la vean doblada. Disfruten de la versión original. Avatar atrapa y hace olvidar la percepción del efecto en tres-de  durante gran parte del metraje.

Es una ventana a otro mundo, bajo una presentación excitante, que alimenta las pupilas con maestría digital y, más importante, es tan conmovedora que las lágrimas no surgen sólo de la cabrona magia visual que se está presenciando. Es una aventura que bordea el dominio del sueño más estrafalario y, aunque esté ausente la posibilidad de ver en 3-D en regiones, el nivel de detalle visual y la cantidad de elementos debería lograr mantener a flote de igual modo la película en la tradicional dos dimensiones. No obstante, y quiero dejarlo subrayado, esto merece el esfuerzo de pegarse el pique a una sala con esa tecnología.

Otro gran acierto es el ritmo, rápidamente nos presenta la historia de Pandora a través de la narración de Jake Sully (Sam Worthington). El marine lisiado exhibe el concepto de los avatars, las operaciones humanas en el planeta y las criaturas nativas e indígenas que lo pueblan. Para darles vida, el diseño no cae en sobrecargas y forja los detalles de la creación de un inquietante ecosistema de esta verdadera pachamama intergaláctica bio-lumínica. Aunque las criaturas no son la última chupada del mate y caen en el ámbito de lo habitualmente visto, por ejemplo en las precuelas de en Star Wars, existen detalles en su creación – como el sistema respiratorio –  que forjan una belleza cuidada que busca crear una relación simbiótica que nos presenta versiones de primates, caballos y aves de un mundo a años luz de nuestro planeta. Y uno cree que lo que está viendo, tiene vida.

Uno de los primeros elementos cuestionados en este proyecto era precisamente el diseño de los Na’vi. Presentaban un no sé qué en la textura, que desde el Avatar Day generó algunas dudas. Pero a medida que avanza el metraje, James Cameron logra establecer a la raza de una forma realmente fascinante y termina robándose el corazón a base de construcción emocional de captura en movimiento que transmite y genera cosas más humanas que la de los mismos terrícolas. Además, y si un extremo tenemos a Jar Jar Binks y en el otro a Gollum, estos pifufos espaciales están cerca de concretar una victoria épica y combaten la simulación cortesía de la cultura que lo rodea, con todo y los conocidos tintes nativo-norteamericanos.

Quizás la mayor debilidad de Avatar, o la más notoria, es su historia. Los renegados asimilados por una cultura inferior y que se unen para batallar contra una amenaza de tecnología superior es una premisa que está más que vista. En especial en los westerns, con Danza con Lobos como el ejemplo más recurrente. Pero pese a que esto es familiar, las sorpresas y elementos crecen más allá de un esquema o una serie de elementos previsibles. La historia realmente es más de lo que se podría haber previsto, con sus propios agregados a esta mezcla. Pero aunque emocionalmente sí logra entablar momentos conmovedores, existen detalles que trastrabillean a medida que los clichés del argumento establecen una estructura muy fácil de anticipar.

Avatar nos instala en el año 2154. La humanidad ha logrado establecer contacto y viajar a otros mundos, pese a estar inserta en una verdadera crisis económica de un planeta en constante guerra. En Pandora, un mundo de atmósfera letal para el ser humano, existe una cultura de tintes sioux y cherokees en conflicto contra “la gente del cielo”, cuya misión en este nuevo mundo es explotar los recursos para conseguir el unobtainium: un mineral que vale 20 millones el kilo. Ahí nos encontramos con Jake Sully, un cínico y desesperanzado tullido que no tiene el dinero suficiente y debe recurrir a una anticuada silla de ruedas pues, en el futuro, ya nadie  las necesita gracias a operaciones que a cualquiera dejarían tiqui taca.

La actuación de Worthington está bien, pero no digamos que es muy fácil identificarse con su lisiado personaje en versión humana. En modo Na’vi también es demasiado engreído. Aunque su actitud está relacionada con su incapacidad de caminar, y Cameron tantea ese terreno en muchas oportunidades, las acciones y decisiones que lleva a cabo una vez que es parte del programa Avatar, y puede andar en sus patas azules, se vuelven toscamente predecibles y la redención sólo se logra por el lazo de amor que establece con Neytiri, creada por una sólida captura en movimiento de Zoe Saldana que está excelente en cada momento en pantalla.

La relación de ambos personajes genera el verdadero vínculo, y la importancia del anticipado cambio de corazón no se da precisamente por la acción y la demostración de la destreza en batalla de la impactante, magnífica y gloriosa batalla final. Además otro elemento importante es el modo en que Sully es asimilado por la cultura. El modo en que Cameron da vida a ese mundillo, es fascinante. Quizás la secuencia más filete, y que define la relación del ecosistema neuronal con la premisa, es el momento que crea un lazo y se levanta como un jinete del aire de una criatura alada.

Mientras los Na’vi siguen una jerarquía en el que destacan varios personajes, y cada uno tiene su momento para brillar – en especial en la majestuosa secuencia del “¡fuera abajo!” –, los humanos están demasiado esquematizados entre el blanco y el negro, los buenos y los malos, por lo que su carisma queda reducido a las frases para el bronce. Además el discurso de Cameron, la intervención en una comunidad pacífica, y el modo en que el hierro de los exo-suits y naves se imponen a las flechas de madera y arrasa con toda la madre natura, genera momentos que tarde o temprano terminan dejando la mandíbula abierta. Pero mientras la inserción de Sully en la cultura azulada avanza, la intriga pseudo militar queda delimitada por lo previsible. De no ser por el ritmo que imprime el director, el cuento también sería otro.

Avatar confronta el choque de la originalidad narrativa y la inventiva visual de criaturas y maquinarias increíbles. Ahí está mi dilema. Es el anticipado discurso ecológico/cultural frente a la apatía y codicia humana que arrasa con todo al mando de máquinas mortales y visualmente orgásmicas. Quaritch, el maestro “Papá Dragón” interpretado por Stephen Lang, es el mejor ejemplo de un mundo sin esperanza alguna para la salvación humana. Pese a que tiene las secuencias más genialmente comolohombre, el personaje está instalado sólo en su dimensión de cabeza de tarro. Sí, es genial. Sí, tiene frases para enmarcar en oro. Pero los humanos no son desarrollados más allá de lo que se entiende de la dinámica de la codicia y el respeto marcial por el rango. Aún con todo eso, la influencia del conflicto cultural y armado en los personajes, lo cool y manly del villano,  es lo suficientemente atractivo como para mantener el interés durante los 160 minutos.

El hecho que la tecnología esté pensada para servir a la historia, es el mejor ejemplo del porqué Avatar es algo que debe ser visto para entender. Probablemente no cambiará a las películas, más allá del modo de hacer estas creaciones digitales con alma, pero sí elevará la vara y llevará a una nueva formo de entender el 3-D que es utilizado, en la mayoría de los casos, como una gimmick que busca sólo recaudar más para el bolsillo. Es también una muestra del respeto de James Cameron por su audiencia y su maestría a la hora de romper las barreras visuales. Balancea satisfactoriamente la enorme y épica cantidad de elementos que componen este verdadero coloso de ciencia ficción y fantasía, como una forma sincera de entretenimiento, que no es para nada vacío e hipnotiza con su espectáculo visual.

Lo más fácil es apuntar la deficiencia de lo previsible y habitual de la base de su historia, lo difícil será negar lo increíblemente disfrutable de la dirección y el ritmo de una propuesta que tiene como guinda de la torta épicos minutos finales que entran en el terreno de las mejores batalles de la década. James Cameron una vez se auto-nombró rey del mundo por hundir un barco. Avatar es el siguiente paso, su coronación como verdadero emperador por crear todo un planeta y hacerlo creíble. Una maravilla visual. Una verdadera experiencia.

https://salondelmal.files.wordpress.com/2008/07/mini-me.jpghttps://salondelmal.files.wordpress.com/2008/07/mini-me.jpghttps://salondelmal.files.wordpress.com/2008/07/mini-me.jpghttps://salondelmal.files.wordpress.com/2008/07/mini-me.jpghttps://salondelmal.files.wordpress.com/2008/09/mini-medio.jpg

5 Epic Win/ 4.5 Win / 4 Buena / 3.5 A la segura / 3. Aceptable
2.5 Regular / 2 En Riesgo / 1.5 Mala / 1 Fail / 0.5 Epic Fail