Review: The Wrestler

Costó. Se demoró. Finalmente se estrenó. Una notable propuesta que presenta, al fin, una mirada seria a la acción al ras de la lona. The Wrestler (El Luchador) es un suplex emotivo, una rompecuellos certera.  La vida de un viejo que vive de las glorias del pasado, que aparentemente posee la careta de un personaje que lo dominó. Con una vida machucada por emociones volátiles, de fanáticos que entregan reconocimiento con un afecto relativo, The Wrestler es un viaje emotivo a través de la vida de un tipo forjado por las apariencias de los eventos estelares y determinado por victorias efímeras en el tinglado. Perder, ganar, en la lucha libre está pautado. No obstante, su vida tiene un único resultado: ser un perdedor sin vuelta, marcado por derrotas constantes en la cotidianidad.

Mickey Rourke está grandioso, más grande que la vida misma, a la hora de presentar al luchador Randy ‘The Ram‘ Robinson, un compadre al que se le acabaron las oportunidades para enmendar sus errores y que termina dándose cuenta que solo sirve para levantar gritos y vítores en los rings de shows de segunda categoría en el circuito independiente de la lucha profesional. Está viejo, sus gustos son cosas del pasado, la gloria fue en diarios, revistas y carteleras añejas, los fracasos son pan de cada día, su fama es cosa de videojuegos de una generación sepultada, por lo que solo puede recurrir a presentaciones en gimnasios y galpones que retumban el sonido ochentero que lo acompaña.

Al tiempo que el foco de la atención  mediática lo olvidó, salvo por ese puñado de seguidores que se desviven por una afición incomprendida, su día a día es una constante decepción que lo atrapa en un foso decadente sin salvación, por casi cada decisión que toma. Su familia se arruinó, su trabajo semanal es una reverenda tortura, su jefe se burla de su labor de fin de semana – «¿No es ahí donde te sientas en los culos de otros compadres?», le dice – mientras el dinero es escaso para mantener su cuchitril. Así, la única luz que existe se enciende en el momento de gloria de cada fin de semana. Esos 10 minutos en los que se saca su triste careta y revela su verdadero rostro auto-destructivo.

Mientras la lucha libre es pauteada en su desarrollo,  The Wrestler demuestra las múltiples capas de realismo, gracias a un excelente guión cortesía de Robert D. Siegel. Cada uno de esos detalles están presentes en aquellos dementes que se suben al ring y, definitivamente, en la forma en que logra presentar la esencia de porque los fans quieren “el negocio”.Y mientras las coreografías se repiten una tras otra, por momentos la cruda realidad se «corchetea» frente a nuestros ojos: el nivel de falsedad depende de la mirada de cada uno.

Bastante de esa característica tiene que ver con la excelente dirección de Darren Aronofsky que, utilizando elementos recurrentes en su experimental filmografía, cámaras movedizas y enfoques imperfectos, muestra las dos caras de la moneda de un teatro deportivo en movimiento. El mundo de la lucha libre, más allá de los personajes, queda revelado desde el ring hasta los camarines, incluida la camaradería de aquellos colegas de fisico monstruoso que se desviven por el espectáculo con la misma emoción de un niño chico.

No obstante, pese a estar inserto en el olvido de su propio show, son las debilidades de su función de padre las que marcan el lado que  The Ram más desprecia de si mismo. El día que una falla de corazón lo priva de volver a luchar, tras una brutal pelea realizada de forma mágnifica con un perfecto uso del flashback, Randy debe volver a recomponer su vida. Y es que The Ram, a su vez, es Robin. Nombre que detesta recordar, nombre que le recuerda sus errores, sus deberes incumplidos. Mientras su hija, interpretada por Evan Rachel Wood, reprocha su acercamiento tardío, The Ram debe confrontar un escenario frente al que no sabe responder, sino con desatino, mientras sigue encerrado en su mundillo de entretenimiento de iconos extintos.

En medio de esa situación, entra en juego su acercamiento a una stripper de un club de mala muerte, la sólida Marisa Tomei, que representa la otra cara de su función. Ella tiene una careta de noche, interpreta a un personaje, una diosa sexual. De día, simplemente es una mujer con nombre y apellido que tiene responsabilidades y sueños como todo el resto. Mientras el acercamiento  entre ambos logra momentos increíbles en el ámbito de los paralelismos, lo cierto es que para Ram el asunto es distinto. Su personaje le ganó. Solamente cuando sube al cuadrilátero, encuentra su verdad. Robin, su verdadero nombre, es algo que se esfumó. Es una pelea perdida y su elección, y vaya que tiene momento de cambiar incluso antes del final, está tomada. Por eso, en la batalla final, ad portas de enfrentarse a la vitrina de los inmortales, cuando el último vuelo lo eleva a la categoría de leyenda, el último aliento del luchador será, a la larga, por esa ovación definitiva, en la única cosa que sabe hacer bien en la vida. Ovación de pie.

A grandes rasgos, y a pesar de no concretar de igual forma las distintas aristas propuestas por su guión, quizás con la relación padre-hija sin conseguir el nivel de profundidad que presenta la relación afectuosa, The Wrestler es una gran película que saca un denso  y sabroso «chocolate» del campo de los idolos caídos. Rica en contenido, y en la forma de representar un cuestionado «negocio», Aranofosky logra brillar con su estilo narrativo para rescatar un espíritu para imprimir en pantalla un alma a través del bajo vuelo de Randy ‘The Ram’ Robinson, esencia que queda marcada incluso hasta los créditos finales con la maestra canción de Bruce Bruce Springsteen.

5 Epic Win/ 4.5 Win / 4 Buena / 3.5 A la Segura
3 Aceptable / 2.5 Regular
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