Como en varias oportunidades he tirado flores al aspecto técnico de la nueva película de David Fincher, en esta ocasión comenzaré haciendo hincapié en otra de sus fortalezas: el laaaaaargo viaje de Benjamin Button en una vida que, pese a ser vivida al revés, no es muy diferente al que deben experimentar el resto de los mortales. Son pequeños momentos que van construyendo guiños emotivos que funcionan a la hora de recrear la visión de un tipo que es un mero espectador de sus propios sucesos y que, solamente en el reflejo que ve en los otros puede dar significado a las extrañas circunstancias que lo definen.

De este modo, uno es testigo de una curiosa travesía que deambula entre gélidos momentos – especialmente debido al tipo de personaje de Cate Blanchett – y otros realmente emotivos, en donde el trabajo de  Brad Pitt es el principal responsable de que sí exista un alma presente en esta historia y no todo sea tragado por la magia técnica. Es ahí donde los primeros 40 minutos desarrollan una experticia de relato e imaginería sólidos, mientras las arrugas no ocultan al niño dentro de Button. A partir del duro nacimiento de la extraña criatura, es el azar el que recrea el crecimiento de un hombre cálido criado en una casa de ancianos. Él define su vida y socializa por lo que ve y conoce, de anciano a niño, en una serie de sucesos que marcan su viaje.

El sólido trabajo de Pitt, mas allá de la fusión digital, imprime un particular devenir que realmente exterioriza el interior de un hombre y su evolución para, a través de sus ojos, transformarse en uno que contempla la vida y es enfrentado a la dualidad humana. La misma que representan las grandes diferencias en la relación de amor que se instala en la pantalla, y que nada tiene de insensato. De hecho, son esas diferencias las que generan la gigantesca simpatía que uno siente hacia el personaje principal. Mientras Benjamin Button es especial, en el buen sentido, Blanchett es fría y distante hasta que las circunstancias la alejan de la perfección.

Precisamente, es esa diferenciación de tonos y personajes la que posibilita una impresión que a muchos anti-sensiblería no les gustará de la película: Button no sólo es especial, sino demasiado humano frente al resto que se mueve a través de las apariencias y deseos. Sin embargo, los contra son confrontados y opacados por la recreación de momentos de real ternura, emoción y belleza.

A pesar que rumbo al epílogo, cuando la vida le sonríe a Button, el metraje se alarga más de la cuenta, el inexorable final es la mejor muestra de que, se diga lo que se diga, el Curioso Caso de Benjamin Button se define tanto por la experticia técnica súblime que la caracteriza, como por esa extraña concadenación de sucesos y momentos que logran abordar exitosamente la vida, el amor y todo lo que se gana y pierde rumbo al final que todos debemos enfrentar. Les guste o no a los amargados de siempre que se creen inmortales.

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