Probablemente Neruda es la película más ambiciosa y de mayor factura realizada en Chile. Eso es lo primero que deja en la superficie la nueva película de Pablo Larraín, en una realización que recuerda tanto al cuidado trabajo de fotografía de su debut, Fuga, así como la narrativa de trabajos posteriores como las depresivas Tony Manero y Post Mortem.

Sin llegar al nivel de consistencia general de la excelente No o el relato asfixiante de El Club, y más allá de los aspectos técnicos de su factura, lo principal de Neruda tiene relación con un desafío narrativo, quizás el mayor en las obras de la filmografía de su director.

Se trata de una tarea que apunta a abordar un aspecto de la vida del escritor chileno más reconocido en el mundo, pero sin instalarse como una película biográfica tradicional. Esta es, a grandes rasgos, una película metáfora, una producción de símbolo tras símbolo, que no busca representar una revisión histórica sobre lo que fue.

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En ese ámbito, Neruda cuenta con una serie de ideas sobre lo que representó y sigue representando el poeta, en una ficcionalizada revisión sobre el caso de persecución política de la que fue objeto el alguna vez senador. Todo esto en una plataforma que toma una idea base, para poner sobre el tapete diferentes aspectos que representan a aquél tipo que dejó atrás el nombre de Neftalí Reyes Basoalto.

De esta forma se hacen presente el Pablo Neruda de la voz imponente pero taciturna y el infiel. El político y el preocupado por la clase trabajadora, sin olvidar tampoco al Neruda comunista burgués. Pero también, y probablemente por sobre todas las cosas, en la película se hace presente el Neruda con la ambición absoluta de trascender.

Esos son los elementos que marcan a Neruda, una producción que no solo se queda en la reconstrucción histórica de primer nivel, sino que está más preocupada del fondo y eso es probablemente lo que más deja, su gran legado. Pero es debido a ese mismo objetivo que aquí estamos frente a una realización que no es precisamente la más afable con la audiencia general. Si entran al cine esperando ver un biopic genérico, lo lamento.

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Con un guión de a cargo de Guillermo Calderón, la película presenta a un inspector encargado de una cacería ficticia situada en la década de 1940, en instancias en donde la idea del fugitivo y el persecutor se funden en un relato que tiene como ejes a las interpretaciones de Luis Gnecco y Gael García Bernal.

Ambos complementados de gran forma por Mercedes Morán, quien es la responsable de dar vida a la «mujer oficial» del poeta, estamos frente a un trabajo protagónico que de todas formas no eclipsa pequeños grandes momentos de secundarios de presencia fugaz pero poderosa como Roberto Farías.

Esos son los pilares interpretativos de una historia que va rotando su enfoque, dejando siempre en ascuas sobre la veracidad de lo que se está viendo. Sin embargo, son esas mismas actuaciones las que entregan verdad a una película que no está preocupada precisamente por lo veraz.

De hecho, esta producción se vuelve real con cada quiebre narrativo, con cada alerta que pone en evidencia que lo que se está viendo no es una simple reconstrucción, ya que aquí mucho de lo que sucede llega a niveles surrealistas, de prosa lírica, de manifiesto político. Como un poema de Pablo Neruda.

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Una última idea antes de cerrar. Inevitablemente tengo que abordar la idea del pasadoacaquismo, que es un ámbito de la producción nacional en donde se intenta llegar a un objetivo que simplemente no se consigue, por asumir y presumir del «objetivo superior» que intentan meter en la médula de su obra.

Aunque Neruda podría pasar como un nuevo exponente de esa tendencia, lo cierto es que creo que aquello no tiene verdadero sustento. En Neruda estamos frente a una propuesta que justifica su ambición en cada cuadro, en cada diálogo, y no se queda en la mera apariencia. Eso último es lo que más marca a esa tendencia creativa que a la larga es inocua, que desvaría ante su propia idea de que está concretando un objetivo superior que busca elevarse solo por ir en contraste al producto comercial.

Por eso a la larga lo que más valoro es que Neruda no es presuntuosa, por muy suntuosa que sea. Más aún, realmente creo que hay que valorar que este ya no es el Larraín de hace 10 años que nos entregó Fuga, sino un realizador completamente maduro que aún tiene para entregar mucho más junto a su equipo, cuyo trabajo técnico también se las manda y se merece mucho reconocimiento.

Y pese a que aún no estoy del todo seguro que logran su objetivo con esta película, que no es fácil de digerir y que tampoco es amena en el ritmo de su relato, definitivamente estaré esperando la siguiente película que Larraín encabece.

13 pensamientos

    1. Ya, y?
      Neruda no es santo de mi devoción, pero tú comentario deja claro que no te diste ni un minuto para leer la reseña.

  1. Para mi es de esas peliculas buenas, que te gustan, que las disfrutas pero que no verías de nuevo. Es interesante, pero lenta y pesada. Tiene buenas ideas y giros, y Roberto Farías nuevamente se roba la película con una participación de secundario de super lujo.

  2. La veo esta semana, ha sido de las que mas he esperado en este segundo semestre, pulento review :D

  3. ¿»La excelente NO»? Chuta. Discrepo respetuosamente.

    Para mí el cine de Pablo Larraín no conoce de sutilezas ni de verdaderos riesgos, ni tiene un genuino entendimiento del lenguaje cinematográfico. Junto a su hermano, Juan de Dios, se han movido con astucia y oportunismo. Tras el estrepitoso fracaso de FUGA, han desarrollado proyectos cinematográficos que consiguen atención por razones extra cinematográficas.

    TONY MANERO, POST MORTEM y NO son todas obras deficientes (narrativa y técnicamente). Sin embargo, por tener estrecha relación con episodios o personajes históricos (la dictadura, la muerte/autopsia de Allende, el plebiscito del 88), sus falencias fílmicas se presentan y pasan camufladas como «estilo». No es novedad que una película sin mayor gracia sea premiada y sobrevalorada sólo porque aborda una figura famosa/admirada o el dolor de un país. En el caso de NO fue evidente que los creadores quisieron ponerse a la par con los tiempos en que se estrenó (2012), a sólo un año de la irrupción del movimiento estudiantil. La idea controladora de la película se condice con las críticas del movimiento a la democracia conquistada. Camila Vallejo y otros líderes estudiantiles fueron invitados al estreno en Chile. Además, Gael García le dedicó la película a los estudiantes.

    Justo cuando la Iglesia Católica se encuentra (con justa razón) muy cuestionada por haber encubierto casos de abuso sexual, pareció buena idea hacer EL CLUB, una película plana y con verborrea, pero sobre unos curas pedófilos y siniestros. Hoy, se nos presenta NERUDA, sobre uno de los poetas chilenos más reconocidos en el mundo.

    Los hermanos Larraín, a pesar del real valor cinematográfico que posean sus películas, seguirán posicionando éstas en festivales extranjeros y obteniendo más de un galardón. Gozan de una red de contactos, cuentan con un gran espaldarazo artístico/esnobista.

    Saludos.

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