Review | El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo

Como es habitual, cuando llega el momento de enfrentar una adaptación de un videojuego a la pantalla grande, uno es atacado por una serie de flashbacks del terror que nos traen a recuerdo a esas malditas experiencias que han plagado este campo en el pasado. Con verdaderas atrocidades cometidas en el fondo del pozo y las más rescatable alcanzando simples cumbres mediocres a lo mucho. Con la mega compañía de Disney de aval y la pirotecnia garantizada del productor Jerry Bruckheimer de por medio, El Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo se vislumbraba como la oportunidad ideal para romper este pseudo maleficio que nos ha entregado verdaderas plastas como la película de Super Mario Bros.

No obstante, una vez más nos quedamos a medias y tenemos que esperar a que en el futuro se aproveche el terreno de los videojuegos para sacar una película que logre dar cuenta con el potencial de historias cada vez más cinematográficas. De este modo, Prince of Persia llega a instalarse en un punto medio de liviano entretenimiento familiar empaquetado más para el público del Ratón Mickey que los gamers de corazón. Es acción y efectos bien ejecutados, pero sin ese brillo especial que logra dar el siguiente salto.

De partida, la historia de la película no tiene mucho que ver con el videojuego del mismo nombre. Es más, salvo elementos del arco de la gran estructura argumental que debe sortear el personaje principal, no es para los amantes de las adaptaciones literales. Tampoco aporta a ello que sea una versión aria en donde nadie realmente parece persa, pero la licencia de adaptar un videojuego permite que eso al menos no sea un pecado mortal. Mientras el juego involucra una historia que transforma a los habitantes de un Reino en monstruos tras liberar las Arenas del Tiempo, la película opta simplemente por una aventura con un único elemento sobrenatural de por medio. Sí, muy en la onda de la primera película de los Piratas del Caribe.

Claro que la película dirigida por Mike Newell (Cuatro Bodas y un Funeral, Donnie Brasco, Harry Potter y el Calíz de Fuego) no tiene ni el ritmo, ni la gracia, ni el atractivo que tenía aquella primera entrega de Sparrow y compañía. Aquí la historia nos presenta el clásico esquema del héroe inesperado: Dastan (Jake Gyllenhaal) es un ladrón que de niño sorprende al rey Persa demostrando coraje ante la injusticia. De la nada, este lo adopta como hijo y sería. Años después, el príncipe poblacional es la típica oveja negra que arrastra el poncho y se las ingenia, tras las palabras de su tío Nazim (Ben Kingsley), para liderar la invasión a la Tierra Santa de la princesa Tamina (Gemma Arterton).

Es en medio de dicha conquista que Dastan es traicionado, siendo víctima de una conspiración aparente que pone precio por su cabeza. En medio de ese embrollo, este ex-pobretón-destinado-a-salvar-el-mundo entra en contacto con La Daga del Tiempo: un objeto que le entrega el poder de regresar un minuto en el tiempo y cambiar a placer el destino. Como es de esperar, el príncipe debe hacer migas con la exquisita princesa para impedir que el responsable de la conspiración se adueñe de la daga, para desatar una apocalíptica tormenta de arena que desatará un poder ancestral que promete destruir al mundo.

A grandes rasgos, y pese a desatar sus armas visuales constantemente, la versión para la pantalla grande de El Principe de Persia: Las Arenas del Tiempo nunca logra atrapar en tensión, emoción o atractivo visual desencajador de mandíbulas. No aburre, al menos no tanto como para comenzar a sacarte loros de la nariz o mirar cuánto queda en el reloj, pero tampoco entusiasma. Te da lo mismo lo que sucede, porque elementos similares ya lo hemos visto en el pasado en incontables ocasiones.

Ese es el mayor defecto de Prince of Persia: ser un charquicán visual que no tiene ninguna propuesta novedosa y que se disfruta más con un corazón juvenil medio ignorante. Nada es único aquí, por lo que los cuestionamientos que genera el guión de Boaz Yakin, Doug Miro, Carlo Bernard y Jordan Mechner, creador del videojuego, son evidentes tanto como sus paralelos con otras propuestas. Es más, les aseguro que recordarán a los Nazgul de El Señor de los Anillos en una secuencia de introducción a los asesinos patos malos del medio oriente.

Pero al pan, pan y al vino, vino. Gyllenhaal simplemente como protagonista  se muere de hambre en esta ocasión y no tiene el carisma para comandar la aventura. No molesta, pero el contexto en el que está situado es una fórmula que no tiene mucho rumbo. No es más que ir desde un punto A hasta un punto B, lo que probablemente es el elemento que se debería descartar de inmediato en una adaptación de este tipo. Por eso los giros de historia se dejan ver a kilómetros de distancia, mientras que el romance es inmamable y no pasa de ser una jugarreta en el que no logra establecerse mayor compromiso con los personajes principales en dinámica de polos opuestos.

El Príncipe de Persia cumple con secuencias de acción atractivas momentáneas, por mucho que a la larga sean poco memorables. La mediocre galería de personajes no sale de ese esquema de la fórmula del relleno, pero por ahí salva Alfred Molina agregando un par de dosis de humor como un evasor de impuestos. Claro que todo es adornado por este príncipe que salta, se mueve y avanza al estilo parkour intentando recuperar los movimientos del videojuego. Pero cuando se trata de la parafernalia de fantasía, la película se queda muy corta en su «batalla final» carente de woows. A lo menos no es a lo que acostumbrados con los traspasos de los videojuegos y aunque generalmente con eso no bastaría, no por nada en este terreno puede ser algo a considerar.

5 Epic Win/ 4.5 Win / 4 Buena /3.5 A la segura
3 Aceptable / 2.5 Regular
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